“Es muy importante que en la universidad el alumno esté en contacto con el mundo profesional y no en una burbuja”
En apenas dos años ha pasado de ser alumno a ser profesor e investigador de la Universidad de Mondragón. Beñat Flores sabe muy bien lo importante que es la motivación en el proceso de aprendizaje, por eso, presta especial atención a las necesidades de los alumnos, tal y como lo hace el Design Thinking con sus clientes. Para que algo funcione, es imprescindible adaptarse a la demanda.
En un contexto donde todo es efímero y la competencia muy alta, se necesitan nuevas ideas. De ahí la importancia de trabajar la creatividad durante todo el proceso educativo. Beñat Flores, recién llegado de California, lo investiga en los estudios universitarios, basándose en la metodología Design Thinking. En la entrevista, el profesor e investigador de la Universidad de Mondragón, nos cuenta cómo el error es una oportunidad para mejorar, los beneficios de trabajar en equipo y la importancia de mantenerse despierto y abierto para responder de forma óptima al mercado actual.
Antes de nada, Beñat, situémonos. ¿Qué es el Design Thinking?
Algunos lo catalogan como una metodología, otros como una manera de pensar. Proviene de los Estados Unidos y nació en los años 70, en la Universidad de Stanford, California. Su objetivo es, por un lado, entender muy bien las necesidades del usuario, conocer tan bien a tu usuario hasta el punto de ser capaz de empatizar y ponerse en su piel. Por otro lado, mediante ciertas técnicas para fomentar la creatividad, se pretende dar una solución innovadora a las necesidades que tiene tu usuario.
En Estados Unidos es una metodología que se lleva aplicando e investigando en educación desde hace muchos años. En cambio, fue en el año 2005 cuando la Universidad de Stanford inauguró la d.school, escuela de diseño, ya cuando empezó a adquirir bastante más fama. Desde entonces, hay muchos colegios y universidades que intentan replicar esa manera de trabajar pensando que los alumnos salen mejor preparados para un mercado del sigo XXI, la cual exige que tengan ciertas competencias hasta ahora no tan necesarias o demandadas, como la creatividad o la innovación.
Has decidido emprender una tesis doctoral centrada en el Design Thinking, la cual pone en cuestión si fomenta la creatividad del alumno. ¿De dónde nace la idea?
La pregunta de probar la eficacia de esta metodología nace cuando la Universidad de Mondragón puso en marcha el laboratorio de ideas llamado “Goikolab”. Eso fue en el curso académico 2013-14, pero, antes, parte del profesorado ya había visitado California para ver qué tendencias hay en educación, y volvieron con la idea de aplicar el Design Thinking en el contexto del País Vasco. Dicho laboratorio se fundó con el objetivo de diferenciar los alumnos de la Universidad de Mondragón, en concreto del Grado de Comunicación Audiovisual, de otros estudiantes del mismo grado, en ser más creativos.
Yo tuve la oportunidad de ser la primera generación que pasó como alumno por este laboratorio, pero entonces era una experiencia piloto en la que había muchas cosas por mejorar. Faltaba formación, faltaban medios, un seguimiento… En California tienen muy interiorizada la metodología del Design Thinking, es parte de la cultura de trabajo. En cambio, me atrevería a decir en Europa, y más aún en el País Vasco, se trata de algo relativamente nuevo. Y como todo, necesita su periodo de adaptación.
Yo mismo, como participante, tenía ganas de perfilar esa experiencia, y dicha inquietud personal se juntó con la ambición de la Universidad de Mondragón por querer alcanzar la meta que se impuso: trabajar el Design Thinking con el objetivo de fomentar la creatividad de los alumnos que pasen por esa facultad de Comunicación. De ahí, el próximo curso, una vez graduado y probada la experiencia piloto, se plantea la opción de hacer un trabajo de investigación, documentar las siguientes generaciones que pasen por ese laboratorio aun en marcha y, año tras año, introducir mejoras en base a las necesidades que los propios alumnos planteen.
“Saber qué es lo que los clientes quieren es indispensable para crear algo a lo que quieres sacar rentabilidad”
Innovación, liderazgo, objetivos, proyectos… son conceptos empresariales que ha adoptado el mundo de la educación los últimos años. El Design Thinking también es una metodología comercial, “el pensamiento de los diseñadores” lo llaman.
Sí, el mundo empresarial se ha percatado de la importancia de llegar a los usuarios. Empezaron a fijarse en la manera en que los ingenieros o diseñadores trabajaban y se dieron cuenta de que era diferente; en el proceso de creación de una idea, un producto o un servicio, tienen en cuenta desde el primer minuto a su usuario y a sus necesidades. Saber qué es lo que los clientes quieren es indispensable para crear algo a lo que quieres sacar rentabilidad.
Hoy por hoy, la universidad no es un centro al que se va a sentarse en una silla a tomar apuntes y a aprobar exámenes, sino que se entiende como un pequeño polo de innovación, incluso una incubadora de startups. Brinda al alumno la oportunidad de crear un grupo en el que, en un contexto controlado, puede simular lo que va a ser el mundo laboral una vez terminado el Grado. Y el Design thinking casa muy bien en ese contexto.
Se hace algún tipo de distinción entre en Design Thinking educativo o empresarial?
No hacemos distinción entre el Design Thinking que se aplica en educación o en una empresa, la forma de trabajar es la misma. Es más, no creo que haga falta. De hecho, los mismos expertos en esta metodología imparten cursos tanto en empresas como en centros educativos.
Qué beneficios puede tener este método en el alumno o futuro profesional?
La primera ventaja es que te permite trabajar dando solución a un reto real, y eso hace que la motivación intrínseca del alumno se dispare. Cuando tú sabes que estás dando una solución a algo real, algo que una empresa va a aplicar, me parece que el reto te lo tomas de una manera muy diferente que si se quedase en un nivel académico. Creo que el alumno va con otra predisposición a trabajar.
Por otra parte, le da la oportunidad de conocer el mundo real, el mundo profesional de primera mano. Es muy importante que en los años de universidad el alumno tenga contacto con el mundo profesional y no crea que la universidad es una burbuja que está al margen. Si no, se corre el riesgo de que haya discordancias. Cuando uno sale de la universidad, se siente protegido y piensa que todo va a ser así, pero no lo es. Los profesores nos dan las herramientas, no el conocimiento, y tenemos que empezar a cambiar ese pensamiento.
Cada vez se tiende más a trabajar en grupo, ¿crees que es compatible con el desarrollo individual del alumno?
Absolutamente. Es muy importante aprender a trabajar en grupo, y no me refiero a dividirse las tareas y que cada uno trabaje de forma individual. El Design Thinking, si en algo pone empeño y énfasis, es en trabajar la comunicación en grupo. Es inevitable que cada persona adquiera un rol, y eso está bien, pero después tiene que haber muchas puestas en común. De ese modo, se trabaja la comunicación entre personas, así como la visual, a través de diferentes técnicas (lluvia de ideas, juegos…).
En definitiva, la cohesión del grupo es crucial. Si eso se hace bien, es increíble la cantidad de oportunidades que te puede dar el trabajar así para aprender el uno del otro. Se convierte en una manera de trabajar en la que tu aprendes de tu compañero, tu compañero aprende de ti y todo el mundo tiene algo de qué nutrirse. Todos tienen algo que aportar, por lo tanto, sí, se trabaja en grupo pero cada uno tiene oportunidades infinitas de aprender a nivel individual.
Además, el ideal del Design Thinking es que el grupo de trabajo esté formado por gente de diferentes disciplinas; abogados, ingenieros, educadores, veterinarios… Aunque, aparentemente, pueda parecer contradictorio, es muy enriquecedor. En Estados Unidos lo hacen.
Has mencionado Estados Unidos, acabas de volver de California, de la Universidad de Stanford, ciertamente lugar donde se empezó a desarrollar el Design Thinking de manera teórica. ¿Cómo valoras la experiencia?
Ha sido una experiencia muy positiva. Al principio fue un shock porque allí tienen muy interiorizado el Design Thinking en la manera de trabajar, incluso de pensar y, para alguien que viene de fuera, es costoso adaptarse. No mencionan el Design Thinking como tal, pero no hay necesidad, ya que lo tienen muy asimilado. Tuve la oportunidad de asistir como observador (allí lo llaman auditar) a un máster de ingeniería mecánica, ME310, donde trabajan el Design Thinking, pero creo que no mencionaron el término en ninguna clase. Hablan de empatía hacia el usuario, de entrevistas… como parte de la metodología. Una vez a la semana, hacíamos una reunión en la que, simplemente, hablábamos. Uno venía del ámbito de la informática, otro de la robótica, yo de la comunicación audiovisual y hablábamos. Al principio me costó ver la finalidad o utilidad de eso, pero luego te das cuenta de que de esas interacciones, siempre eras capaz de sacar algo para tu propio trabajo de investigación.
Aquí intentamos hacer todo más explícito y por eso, a lo mejor, suena más artificial. Parece que estamos siguiendo algo paso a paso como el que sigue una receta, algo que seguramente un buen cocinero no necesita.
“Tenemos mucho miedo al fracaso”
Stanford, Palo Alto… se caracterizan como zonas innovadoras y creativas, ¿tú también lo has percibido así?
Sí, por supuesto. No hay más que ver en el mapa donde están las grandes corporaciones que hoy en día “mandan” en el mercado. Amazon, Google, Apple, Facebook… están rodeando San Francisco. Y no creo que sea casualidad. Creo que en cierta manera tendrá que ver con la forma de ser de la gente de allí; gente muy liberal, abierta al mundo y gente que se permite fallar. Esto último considero que es muy importante, aquí hay mucho miedo al fracaso y es algo a lo que no estamos acostumbrados, no nos lo permitimos. Creo que en la mentalidad del americano sí que está “el sueño americano”, el “voy a salvar el mundo” y el ponerse metas aparentemente imposibles. No paran de intentarlo, no se dan por vencidos y no entienden el fracaso como algo definitivo, sino que les sirve para analizar qué es lo que no ha funcionado y partir de esa base para mejorar y para cambiar. Por ello creo que la persistencia es algo que define muy bien a los americanos, o por lo menos a la gente que he tenido la oportunidad de observar en la zona de Silicon Valley.
Y eso es lo que nos falta a nosotros.
Sí, eso es. Creo que no es algo que se pueda conseguir de la noche a la mañana, pero sí se puede trabajar, y más si contamos con ayuda externa. Las inercias de tu grupo de investigación, universidad o empresa, pueden llevarte a funcionar de una manera en la que no te permiten abrir la mente y contemplar otras posibilidades. Es muy fácil caer en la inercia de “hagamos lo más fácil”. En cambio, si queremos cambiar nuestra forma de trabajar y/o pensar, es una buena opción el barajar la posibilidad de pedir ayuda a alguien que tenga ese cambio muy interiorizado, que nos enseñe cómo hacerlo e intentar mantenerlo.
¿Qué tenemos que cambiar?
Lo primero de todo creo que es perder el miedo a probar cosas diferentes y a fracasar. En educación eso es difícil porque existe una gran presión sobre los docentes para formar de una manera eficaz a esos futuros profesionales, que son la base de la sociedad. Por eso, entiendo que haya miedo y que no todo el mundo lo vea como lo vemos en la Universidad de Mondragón. Eso sí, creo que los alumnos agradecen que su experiencia de aprendizaje sea diferente a la que han tenido durante los años de la enseñanza obligatoria. Cuando uno llega a la universidad y descubre que hay otras maneras de aprender, y además es un aprendizaje mucho más significativo, lo agradece. Tenemos que empezar a cambiar pequeñas cosas y luego, aplicarlo a escalas mayores.
“No se busca la solución óptima, sino que la opción que satisfaga las necesidades del usuario, una solución que funcione”
Para terminar, Beñat, ¿te atreverías a predecir el futuro? ¿Qué camino crees que seguirá nuestro sistema educativo en los siguientes años?
No soy muy bueno haciendo predicciones, pero creo que apuntando en esta dirección no vamos mal encaminados. En Estados Unidos nos llevan unos años de ventaja respecto a la experiencia en otras maneras de enseñar y de aprender, y los resultados están siendo muy interesantes; prueba de ello pueden ser Facebook y Uber, que son relativamente nuevos. Me parece que en ese sentido avanzamos un paso por detrás, ya que tendemos a mirar lo que pasa allí para traerlo y adaptarlo a nuestro sistema.
De lo que sí estoy seguro es que la manera de enseñar actual está agotada. No es la primera vez que leo que estamos formando a alumnos del siglo XXI, con métodos de una universidad del siglo XIX. Por lo tanto, no sé si este es el camino, pero, desde luego, anclarse en las metodologías aplicadas hasta ahora, no lo es. Es más, el futuro de la universidad tiene un reto importante. Muchos docentes se están llevando las manos a la a cabeza porque no saben lo que va a pasar con ellos. Tendemos a trabajar más a distancia y el tema de los MOOC creo que es algo que no tenemos que ignorar. Hoy en día, el aprendizaje no es sinónimo de ir a la universidad, aprendemos por tantos canales diferentes que la universidad pasa a ser uno más. Así las cosas, considero que la universidad sí que tiene que replantearse y ofrecer al alumno algo que no va a adquirir a través de Internet. Y creo que el Design Thinking encaja bastante bien ahí, por ser una experiencia en la que tienes que trabajar en grupo, para un usuario real, te obliga a salir a la calle… No sé si es la única dirección, pero precisamente esa es la esencia del Design Thinking. No se busca la solución óptima, sino que la opción que satisfaga las necesidades del usuario, una solución que funcione.
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