Los gigantes de Silicon Valley están contratando a gente que no tiene estudios universitarios, cada día es más habitual. No es sorprendente, pensaréis. Todos hemos escuchado como Bill Gates dejó la Universidad de Harvard para fundar Microsoft o como Steve Jobs solo pasó seis meses en el Reed College. También Serguéi Brin y Larry Page dejaron Stanford para lanzarse a construir “el buscador universal”.
El mundo tecnológico lleva décadas cultivando la idea de que “la universidad y el genio creativo no se llevan bien”, pero si nos fijamos en los trabajadores de esas grandes compañías, nos daremos cuenta de que la inmensa mayoría salió de una universidad de élite. Eso es algo que ha empezado a cambiar.
El talento está ahí fuera
Cale Guthrie Weissman acaba de publicar un reportaje en Fast Company sobre este tema. Sobre como las empresas están empezando a dejar de mirar los expedientes y están empezando a fijarse, esta vez de verdad, en las habilidades. “Hemos tenido mucho éxito en los Bootcamps”, explicaba Sam Ladah de IBM. Llevan años haciéndolo.
Leyéndolo, uno no deja de preguntarse si la famosa escena de La Red Socialen la que Zuckerberg contrataba a programadores usando una competición de código, alcohol y velocidad reflejaba en algo el mundo tecnológico o era parte de la mitología startupil. Al fin y al cabo, escoger a los desarrolladores más versátiles del MIT no es precisamente “pensar fuera de la caja“.
Es verdad que el mundo tecnológico tiene unas características particulares en las que las habilidades personales y los recursos que hay disponibles hacen que un título no marque la diferencia. Por eso no es raro que empresas como Github, Intel o, incluso, la Casa Blanca han iniciado programas para buscar esas ‘habilidades personales’.
Intel, por ejemplo, tiene dos programas para esto: un programa de becas para estudiantes de instituto o que cursan los primeros años de la Universidad; y un programa llamado CODE 2040 especialmente enfocado en minorías subrepresentadas.
La tecnología frente al espejo
Esa quizá ha sido la lección más importante que ha aprendido la industria tecnológica en estos años: al mirarse al espejo se han dado cuenta que el relato que se contaban, la meritocracia disruptiva del talento y la creatividad, sencillamente no se corresponde con la realidad.
Sí, las grandes tecnológicas se han enfrentado a las políticas inmigratorias de Trump y han defendido a centenares de sus empleados internacionales. Pero aún así, aún con políticas explícitas hacia la diversidad, en IBM calculan que solo entre un 10 y un 15% de las nuevas contrataciones cumplen esos requisitos de diversidad.
¿Formar para el futuro…
Hace unos días, José Manuel Martínez, profesor de derecho en Harvard, explicaba su punto de vista sobre la educación universitaria. Más allá de frases manidas y clichés como “ninguna pregunta es estúpida”, Martínez decía que la formación universitaria está demasiado encasillada.
“Si uno se va al Nasdaq -el mercado de valores norteamericano- comprueba que el 75% de las empresas no existían hace 10 años. Los empleos del futuro no están claros y por eso la especialización por sí sola ya no sirve. Hacen falta perfiles muy transversales”, decía con (aparente) convencimiento.
Y es un nudo central: según una reciente estimación del Departamento de Trabajo de Estados Unidos dice que habrá al menos un millón de puestos de trabajo de programación y desarrollo sin cubrir en 2020.
…o señalizar para el presente?
Yo, en cambio, no creo que sea un problema de contenidos. Si nos fijamos con detalle en los grandes mitos tecnológicos, la idea de que “la universidad (o la formación) es una pérdida de tiempo” solo se puede sostener con muchos problemas. Gates estudió en algunas de las mejores escuelas de Estados Unidos, Jobs fue miembro del Hewlett-Packard Explorer Club desde los 12 años; tanto los fundadores de Google como los de Facebook tenían un talento natural que, bueno, fue pulido en algunas de las mejores universidades del mundo.
No es un problema de contenidos (que también) sino, sobre todo, es un problema de señalización. Tradicionalmente, las universidades han sido un sistema para señalizar gente, a la “gente adecuada”. “Adecuada” para el tiempo, la sociedad y el equilibrio político de cada momento. Un concepto de lo adecuado que, muchas veces, choca frontalmente con nuestro sentido de lo adecuado.
Es decir, nunca fue capaz de señalizar a todos, pero ahora que vemos que el mundo es mucho más plural, diverso y dinámico que antes; ahora se hace mucho más evidente. Más aún cuando los problemas del sistema universitario norteamericano parecen una bomba a punto de explotar.
Pero por muy evidente que sea el problema, cambiar no es sencillo. Weissman lo explica en Fast Company, la industria de la tecnología está combatiendo duramente para atajar sus problemas de homogeneidad cultural y de género. El problema es que es parte de un bucle que, por su mismo funcionamiento, deja fuera un talento que solo ahora han comenzado a ver.
¿Se puede salir del mundo que uno mismo ha construido?
Parece cierto que Silicon Valley está contratando fuera de los círculos habituales, están buscando a gente que no cumple los estándares tradicionales de formación de alto nivel, está intentando salir de la burbuja que ellos mismos han creado.
Pero lo que se lee entre líneas, es algo más interesante y, quizá, perturbador. Que, entre tanta retórica y tanta actitud positiva, no hay certezas, solo una duda. Una duda que se recorre los departamentos de recursos humanos del “centro del mundo tecnológico”: si ese cambio será posible.
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